Mercantes de seres humanosEuropa suspende a Italia

Lidija de apenas seis años, tiene en sus manos un pequeño acordeón. Sus parientes más grandes, son muy buenos tocando canciones enteras; ella aprieta siempre la misma tecla, a veces cambia de nota. Sin embargo, su tarea es igual a la de sus hermanos mayores: llevar dinero a casa. Y hay que hacerlo porque, si no se hace lo que le piden, el ambiente no es de los más alegres. Lidija forma parte de una comunidad que controla el metro; el campo base está en Anagnina, una estación de Roma, luego en grupos de dos se reparten por toda la línea: las parejas son, o adulto y niño, o incluso dos niños aun siendo muy pequeños. No hay posibilidad de elección… “Tengo que hacerlo –cuenta Lidija entre dientes tras haber cogido dos euros acompañados de una sonrisa–. No puedo dejar de hacerlo”. Unas pocas palabras y la sonrisa desaparece de su rostro. No dice nada más, y se aleja entre las miradas gélidas de otros pasajeros. No hay piedad en los ojos de la gente, más bien fastidio. Como si esa niña hubiera elegido estar ahí delante, con la mano tendida para limosnear unas monedas. Lidija es pequeña y su oficio es pedir limosna; un recorrido que comparte con otros miles de jovencísimos gitanos Rom, entre la indiferencia de las Instituciones y las molestias de las personas. Lidija es una pequeña esclava, digámoslo sin rodeos, aunque es más cómodo cerrar los ojos ante historias como la suya. Ella también, de algún modo, es víctima de trata de seres humanos.

La infancia negada, la explotación: otra forma de reducir a la esclavitud. Que vuelve allí donde el fuerte impera sobre el más débil, por ejemplo en el caso de los emigrantes. Temas ante los cuales un país como Italia demuestra bastante frialdad, como revelan los datos publicados en el primer informe sobre Italia, por el GRETA, el organismo del Consejo de Europa que se ocupa de la trata de seres humanos. Los números del fracaso hablan de 214 procedimientos penales en 2012, 228 en 2011, 229 en 2010 y 271 en 2009. Una mole de procesos que se han concluido con apenas 14 condenas en 2010 y 9 en 2011: estos son los resultados de la justicia italiana contra los traficantes de carne humana.

Las últimas investigaciones hablan del horror que se esconde tras esos viajes de la esperanza que desde las costas libias llegan a las italianas. Empezando por las travesías del desierto a la merced de esclavistas sin escrúpulos que, según su gusto, violan a mujeres y a niños, y asesinan a los hombres. Luego, quien sobrevive a esta pesadilla, que a veces dura semanas e incluso meses, se embarca en las costas de Libia en bañeras llenas hasta lo inverosímil que no siempre llegan a su destino.

Lo que hoy es más evidente son los desembarcos en las costas, pero existe un itinerario desde los países del Este que es mucho menos visible que el de los africanos, pero no por ello menos dramático. Se llega a Italia con la promesa de un trabajo para, después, dejarlas en una acera. Nadie te conoce, los documentos que tienes son falsos, no puedes pedir ayuda. O al menos eso es lo que te hacen creer los verdugos, para tenerte encadenada.

Y hay más: en el informe sobre Italia se afirma que “los datos ofrecidos no revelan el verdadero alcance del fenómeno” del comercio de los nuevos esclavos porque en Italia no existen mecanismos adecuados para individuar a las víctimas, para recoger datos; es decir, de este modo quedan fuera del “radar” de las autoridades los explotados por los capataces agrícolas, las señoras de compañía, las asistentas domésticas y los menores destinados a la mendicidad.

Frente a una catástrofe humanitaria de dimensiones bíblicas, según Europa la respuesta italiana es débil, algo que es realmente cierto, al menos desde el punto di vista normativo. Sin dejar de olvidarnos que es la propia Europa que hoy señala con el índice –unión muy económica y muy poquito política– la que se lava las manos sobre estas víctimas. Evidentemente un vicio de los gobernantes del viejo continente: diligentes a la hora de bombardear Libia cuando se trataba de fijar nuevos objetivos petrolíferos, pero igualmente rápidos en mirar para otro lado cuando se trata de los esclavos del desierto. O en ignorar a esos pequeños fantasmas –como Lidija– en busca de limosnas en el metro de nuestras ciudades.

Traducción a cargo de ProLingua